viernes, 10 de junio de 2016

Mi hijo, mi vida y yo

Cuando era "joven" pensaba que nunca tendría hijos, no soy de las mujeres a las que les gustan los niños, nunca tuve idea de cómo cambiar un pañal y mucho menos de cómo solucionar un berrinche (en ese tiempo me preocupaban esas cosas).

Cuando me enteré de que estaba embarazada (por accidente, o sea, por accidente me embaracé y por accidente me enteré) aparte de sentirme feliz (no sabía por qué, porque en definitiva no era un buen momento) me dije a mí misma "y ahora qué carajos hago?", no por qué hacer de mi embarazo, sino porque ni siquiera sabía qué era lo primero que tenía que hacer como "mamá".

Pasé meses tratando de pensar cómo educar a un nuevo ser humano (aparte de vomitar todo el día), pensé cómo sería mi bebé, qué clase de valores iba a inculcarle, cómo iba a distribuir mis gastos... y se me cruzaron como ejemplo estas ideas por la cabeza:
- Mi hijo no va a consumir dulces, ni comida chatarra
- Voy a ser firme con él, voy a poner reglas claras, y va a ser súper bien educado
- Voy a llevarle todos los domingos a la misa
- Nunca va a estar sucio
- No va a tener contacto con la tecnología hasta cierta edad
- Va a escuchar solo cierto tipo de música
- Va a hablar tales idiomas, con palabras bien dichas
- Va a leer, voy a inculcarle la lectura
- Voy a inculcarle el orden, la limpieza, la disciplina
- Va a aprender a ser muy responsable
La lista sigue.. recontra sigue,

Lo que sí que cuando la enfermera lo acercó a mí por primera vez en el Sanatorio, ni siquiera supe cómo alzarlo, cómo darle alimento... y la primera noche no dormí porque tenía miedo de que deje de respirar. Síntesis, me faltaba muchísimo para llegar siquiera a uno de los puntos que cité más arriba.

Volví a mi casa con el dilema de cómo cambiarle un pañal decentemente y el grandísimo desafío de bañarlo.

Pasaron dos años y medio con casi exactitud. Y lo primero que pude definir acerca de mi trabajo como mamá es que amo a mi hijo más que a mi propia vida. Y ese es mi primer defecto como mamá, paradójicamente.

Trabajé arduamente en dedicarle todo, absolutamente todo mi tiempo fuera del trabajo. Definí alimentos, libros, juegos, ropa, pautas, comportamientos, rutinas, valores, me salí de la gran parte de lo que definí, lo encontré divertido y hasta ideal, y me dí cuenta de que algo andaba mal.

¿Por qué encontré ideal salirme de lo que definí? No lo hice intencionalmente, fue mi propio hijo, de cerca de un metro de estatura, el que decidió cómo ser, qué gustos tener, cómo comportarse, qué le desagrada. Y fui feliz al notar que ese ser humano es diferente a mí, que tiene un carácter, una personalidad y un temperamento diferentes.

¿Qué es lo que anda mal? Soy yo y mi vida.
Dejé de tener vida... y no por imposición de mi hijo, sino por ese instinto que fue más fuerte que yo y me empujó a alejarme del mundo entero, a no peinarme, a nunca maquillarme, a descuidar mi alimentación, a delegar mi cuerpo, a prohibirme siquiera ir al baño tantas veces... o quizás leer un libro y tomar un café, mucho lujo? No.

Primero yo, segundo yo, tercero yo... y mi hijo.
Cuando lo tuve entre mis brazos supe que lo amaba más que a mi vida, sí, instintivamente.
Pero mi hijo me necesita entera, me necesita con tanta fuerza como el amor que siento por él.
Me necesita feliz, con autoestima alta, con energía, con convicciones.
Mi hijo me necesita y me merece completamente mujer, completamente sana, abierta, creativa, dispuesta a llevar el mundo por delante y abrirle paso.
Mi hijo se merece un ejemplo de fortaleza. Y la idea central de mi responsabilidad como madre no se limita a cambiar pañales, armar rutinas y controlar berrinches.

Mi responsabilidad es primero sobre mi misma, para tener qué darle.

Por eso mujer, amiga... date ese baño en agua tibia al final del día, date esa hora de una buena serie, una película, un libro, un café, un té o simplemente ese momento de estar tirada en el sofá sin hacer nada.

Date esa noche completa de sueño, esa tarde de hotel a kilómetros sola, esa hora de gimnasio, esa caminata, ese brushing, esas manos y pies, ese masaje. 

Date tu momento, no es un lujo, es una necesidad. Es tomar aire y volver a tu responsabilidad, con la responsabilidad contigo misma cumplida.

Vos y tu hijo se lo merecen. Sin excusas.



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